TODO TIENE UN FINAL

Terminan las clases, terminan los talleres de arte y las actividades deportivas de los chicos, y abundan las muestras, actos de cierre, clases abiertas y fiestas por doquier. ¿Qué representan estos ritos de cierre? ¿Son importantes para los chicos, para los docentes o para los padres? ¿Cuánto hay de marketing y cuánto de efectiva recuperación de contenidos?
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Por Gabriela Baby
Si uno tiene hijos en edad escolar, por estos días estará comprometido de alguna manera con los actos de fin de curso. Tal vez sea sólo como espectador, pero también puede haberle tocado el rol de vestuarista, actor o bailarín. Si, además, el niño en cuestión concurre a talleres de arte o alguna actividad deportiva, deberá asistir también a las fiestas de cierre de cada una de ellas. Para quienes tienen más de un hijo, los eventos se duplican (a menos que tenga la suerte de que los chicos compartan institución o actividades). En definitiva, la agenda de diciembre es como un complejo Tetris en el que hay que encastrar festejos, eventos y clases abiertas. Casi sin respiro.

“El año pasado, durante la segunda semana de diciembre, tuve fiestas escolares todos los días: actos de cierre en la escuela de Malena y el jardín de Joaquín, un encuentro de padres y alumnos del colegio donde terminaba primer año mi hijo mayor, y luego, dos jornadas de arte de los más chicos y dos clases abiertas de natación. Casi me pido vacaciones en el trabajo para poder asistir a tanto evento”, dice entre divertida y trágica Lorena Martínez, madre de tres chicos muy activos en diferentes niveles de escolaridad.

Detrás de esta agitada agenda de fin de año, muchos adultos suelen perder de vista el por qué y el para qué de tanta jornada compartida. Lorena sigue haciendo su descargo: “No me pedí las vacaciones, pero necesité permisos de mi jefe y favores de algunos compañeros. Terminé algo cansada, y con una sensación extraña. Porque en algún caso sentí que con las demostraciones -no todas, pero sí alguna de ellas- el objetivo era venderme una gran fiesta, una súper producción de las maestras, para que yo comprara el mismo establecimiento el año siguiente”, reflexiona Martínez, mientras se prepara para emprender la misma gira –mágica y misteriosa- por nuevas fiestas y eventos, con el aliciente de que sus hijos menores ahora van a la misma escuela.
todotieneunfinal3.jpgLa pregunta que cabe en esta época del año es, ¿para qué sirven las fiestas de fin de curso?, ¿dónde termina la necesidad del cierre y en qué punto se juega la exposición de los establecimientos como productos de una vidriera?

El rol de los padres
Para Gabriela Fairstein, Lic. en Ciencias de la Educación y miembro de la Organización Mundial por la Educación Preescolar (OMEP), “efectivamente hay un exceso de festejo, de moño. Porque, si bien es importante hacer cierres, por una cuestión psicológica para los chicos, la pregunta es por qué esos cierres deben ser con los adultos. Creo que hay algo de marketing en esta invitación a los padres. Pero, al mismo tiempo, desde las instituciones vemos que es muy importante hacer partícipes a los padres, porque juntos estamos educando a sus hijos. Entonces, para los que trabajamos en el jardín, el imperativo de la participación de los adultos también nos cansa, pero creemos en eso: creemos en la importancia de hacer cosas juntos familia y jardín”, subraya Fairstein.

La participación de los padres es una demanda casi constante de las instituciones educativas que se incrementa en muchos casos sobre el fin de año y a la que no todos los adultos responden de la misma manera. “Hay familias que vienen a todos los actos y actividades. Y hay otras que casi no aparecen. Entonces, muchas veces se trata de proponer una oferta amplia y realmente tentadora, para que todos tengan la oportunidad de participar al menos una vez”, señala la especialista.

También en estas fiestas se juega cierta moda o lógica de mercado de la cual es muy difícil marginarse. “Podríamos invitar a los papás en otro momento y dejar el cierre para hacerlo a solas: maestras, directivos y chicos. Podríamos, pero está instituido que al cierre de año se invita a los padres. Entonces, si bien muchos adultos se quejan de que se los invita tantas veces, si no lo hacés, comparan con primos o vecinos, y preguntan. Es decir que se quejan de tantas invitaciones, pero también demandan el circo”.

El ritual
Pero más allá de las abultadas agendas personales y de las tendencias de la escuela actual, la pregunta es: ¿por qué es necesario hacer un cierre?, ¿qué se juega desde lo afectivo y emotivo en la fiesta de fin de curso?
“Los actos de inicio y de cierre son importantes porque marcan una entrada y una salida al sistema escolar”, dice Gabriela Dueñas, psicopedagoga y especialista en infancia y salud mental. “En general, se le da más importancia a los actos de inicio porque si padres y maestros logran que en ese momento de entrada el chico esté contento, se sienta bien recibido y seguro, tienen una batalla ganada: va a ir a la escuela con alegría, al menos al comienzo. A fin de año, en cambio, se torna un poco tedioso el acto escolar, al menos para los adultos. Sin embargo, es muy importante acompañar a los chicos en el cierre de la etapa porque, como sucede con los cumpleaños, el cierre es momento de revisión, de lectura completa del año transcurrido. Y al igual que los cumpleaños tienen la alegría del festejo y cierta melancolía vinculada con la evaluación de lo recorrido. Acompañarlos es una manera de legitimar, de valorizar lo que ese chico estuvo haciendo a lo largo del año”, explica Dueñas.

Como se trata de un balance –aunque sea simbólico- no puede ser una fiesta sin contenido. Sino que, muy por el contrario, la fiesta de cierre del año debería tener ideas bien jugosas. Así, al menos, lo señala la psicopedagoga Dueñas. “Es tarea de los maestros y directivos trabajar de alguna manera el repaso, la memoria de la actividad pedagógica realizada durante el año. Volver a transitar lo que se pudo trabajar durante el año en torno a esos objetivos que tienen que ver con determinados valores que comparten escuela y familia”.

La muestra
Por el objeto de trabajo que las organiza, las escuelas de arte –plástica, danza, teatro, circo, etc.- en general trabajan desde varios meses antes con el objetivo implícito de la muestra de fin de año. En Andares, Centro de Trabajo Corporal –donde asisten más de 200 chicos de entre 2 y 16 años-, la muestra de cierre apunta a ser una fiesta sin exigencias desmesuradas.

“La fiesta de fin de año es muy importante porque nos permite trazar una línea para elaborar y rememorar cómo fue el año de trabajo. Siempre lo hacemos a partir de un eje temático, un concepto, entonces toda la escuela trabaja en torno a ese eje. Esto nos permite poder revisar qué cosas se estuvieron trabajando, y también poder encontrar en el espacio imaginario cosas que tengan sentido y que sean significativas para cada grupo”, dice Susana Vaccarini, co-directora de la institución. Este año, desde hace unos meses, cada grupo trabaja en sus clases de danza y de acrobacia a partir de la idea de “los opuestos”. La investigación de cada grupo dará con una síntesis de lo trabajado en el año para que en la muestra los padres –y también los propios chicos- puedan observar todo lo que aprendieron. “En esta síntesis, los chicos toman conciencia de sus logros y también de lo que quieren lograr. De este modo, se cierra el trabajo del año. Para los padres además es un espectáculo: la idea es que disfruten de toda la muestra y no sólo de los cinco minutos en que ven a sus hijos”, señala la responsable de Andares.

Del mismo modo, el acto escolar deberá apuntar a un cierre cuyo sentido incluya a todos los participantes del evento. Así lo expone la psicopedagoga Gabriela Dueñas: “Es importante que adultos y niños se sientan bien recepcionados. No se puede hacer un acto interesante sólo para los grandes o atractivo sólo para los chicos. Tiene que proponerse una actividad o una actuación que en algún momento toque afectivamente a cada uno de los presentes”. Gran desafío para los organizadores.
Gimena Fuentes, madre de Micaela (4) y de Gastón (7) señala: “el año pasado me tocó actuar de tomate en la fiesta de cierre del jardín de Micaela. Estuvo muy divertido y fue muy emocionante para los chicos ver a los padres actuar. Luego, en la escuela primaria, tuve que asistir a un sketch de las maestras que hacían chistes sobre ellas mismas: ¡no entendí nada!”.

Ni excesivamente formal y solemne, ni tan divertido que se torne un disparate. Dueñas aporta algo de su experiencia como psicopedagoga escolar: “He participado de encuentros de fin de curso en donde los abuelos eran convocados para contar cuentos y juegos de su niñez. También he escuchado a muchos maestros decir discursos realmente sentidos. También vale que los chicos canten o que los padres actúen. Me parece que mientras el adulto no pierda el lugar de adulto, y no haga cosas ridículas es muy valioso que actúe para sus hijos. Lo importante de estos actos de cierre es movilizar sentimientos, que es lo propio de los rituales. Es interesante, entonces, porque en la forma de organizarlos la escuela muestra su estilo”.

Aprender en el acto
En el barrio de Boedo, la fiesta de cierre del taller de la artista Mirta Satz copa la vereda de su casa-taller. Los chicos que concurren durante todo el año a las clases de plástica y de música preparan una gran muestra que ya es un clásico para los vecinos.
“Comenzamos a preparar la fiesta casi desde el fin de las vacaciones de invierno. Sobre todo la de música: los alumnos comienzan a juntarse para realizar ensambles. Por un lado, pulen con todo detalle los temas que van a mostrar, pero también comienza una etapa riquísima de intercambio y mucho aprendizaje. Por ejemplo, un alumno de canto se junta con otro de guitarra o piano para realizar un tema juntos. Eso requiere adaptación, mirar al otro, escucharse, compartir un sentimiento”, cuenta Mirta Satz en su taller atiborrado de obras de pequeños pintores.

El día elegido, se cruza la calle Inclán con una tarima de vereda a vereda, se tapizan las fachadas de las casas con trabajos de plástica y hay un desfile de músicos y público durante toda la tarde. La parrilla tiene choripanes siempre a punto. Se puede llevar banquito y mate: todos invitados.

“En otra época hacía la fiesta en salones alquilados, pero con el tiempo la gente no entraba. La idea de hacerla en la calle comenzó con la crisis del 2001, cuando todo era sensación de apocalipsis, desesperanza, desconfianza, incertidumbre. Se acercaba la fecha de pensar en la muestra y caminando por el barrio vi unos vecinos sentados en la vereda tomando mate, en camiseta, como antes... y dije: ¡la calle! La calle como lugar de encuentro, como algo que nos pertenece a todos, el ágora de los griegos”, explica Satz.

En el Instituto Sarmiento, cada fin de año se prepara una despedida para los que se van al secundario. “A los alumnos de nuestra escuela les encanta la fiesta de fin de año porque siempre se planteó como la despedida a los chicos de séptimo. Entonces se dedican a ellos los mensajes, los deseos y toda la energía, pensando que alguna vez le tocará a cada uno ser el receptor de ese mismo afecto. Se trata de dar para recibir.”, señala Brenda Szajnman, directora de la escuela primaria dependiente de Sholem Buenos Aires.

Terminar y volver a empezar
Para cada uno de los chicos que participan de un acto de fin de curso o de una muestra hay un momento personal muy importante. Y en este punto se trata de cambiar la perspectiva y mirar desde el chico: el acto escolar, el evento de cierre siempre tiene un momento de estrellato, de pura fama y gloria para ese chico que actúa. Un momento que quizá no olvidará en su vida. ¿O acaso hay alguien que no tenga grabado en la memoria aquel pericón que bailó en la escuela o el día que le pintaron la cara con corcho quemado?

“El acto en su conjunto es un colectivo, pero en el momento en que le toca a ese chico hacer su pequeña participación, ese niño se torna visible ante toda la comunidad. Y ese momento es sumamente significativo, porque se siente valorado, porque todos lo ven. Y es muy importante porque los niños están construyendo su subjetividad y están pendientes de la mirada del otro. La mirada del otro impacta de lleno en esa subjetividad en pleno desarrollo. Entonces, los aplausos y que le digan que estuvo bien será muy importante para él”, apunta Dueñas. 

En la agenda complicada de este fin de año, entonces, bien vale la pena hacerse un rato (o varios) para conocer un poco más a los hijos: saber en qué anduvieron todo este año, compartir con ellos emociones e ideas, alimentar la sensación de comunidad, brindarle ese momento de fama y despedir etapas, maestras, rutinas escolares. Algo de rito, algo de hito en cada evento, para poder seguir con la rueda del tiempo. Para que un ciclo termine y otro vuelva a empezar.
 - Publicado en la revista Planetario 01-12-2010 | Madres y Padres

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