LOS NIÑOS YA NO SABEN JUGAR

La afición por jugar se ha perdido, aunque muchos compensan la falta de forma física con deportes de adultos.

Juegos tan tradicionales como La ere o El escondite están desapareciendo, mientras la calle ha dejado de ser el gran "parque de atracciones". Los niños tienden cada vez más al sedentarismo. Destinan gran parte de su ocio a ver la televisión (tres horas diarias) y a los videojuegos: más del 29% de los aficionados es menor de 13 años. Esto se ha traducido en un aumento de la obesidad (entre un cinco y un 10% es obeso), del aislamiento y, en algunos casos, de comportamientos antisociales.

Atrás han quedado las largas jornadas de colegio, las actividades extraescolares, los deberes... Todo eso que a lo largo del año se ha traducido en horas y horas de inmovilidad física. Salvo los 120 minutos semanales que dedican, como media, a educación física y el recreo, los niños no tienen muchas oportunidades para moverse. Tradicionalmente, las vacaciones han sido una etapa de desfogue en la que los críos jugaban sin parar en su gran centro de atracciones: la calle. Pero ahora ésta ha desaparecido como espacio de diversión y encuentro, y ha sido sustituida por los parques, destinados a los más pequeños.

A este panorama hay que añadir el tiempo que dedican a los deportes dactilares como el Playstation, el Game-boy y a la televisión. Cada niño pasa una media de tres horas diarias viendo los programas televisivos, en detrimento de otros divertimentos más físicos. Además, uno de cada cuatro niños de entre ocho y 13 años navega por Internet, sobre todo para relacionarse a través de los chats. Todo ello hace que jugar, lo que se dice jugar, hoy se practique muy poco y que nuestros niños lleven una vida sedentaria más propia de un adulto.

Actualmente, nuestros hijos juegan varias horas diarias menos que los niños de cualquier otro tiempo y cultura, reduciéndolas a un mínimo histórico. ¿Puede esta revolución silenciosa no tener consecuencias? ¿Están nuestros hijos en una buena forma física y mental? "Jugar y escuchar cuentos son dos pilares básicos para el desarrollo de la inteligencia", afirma el prestigioso psicólogo estadounidense Joseph Chilton Pearce. "La caída del rendimiento escolar, el consumismo, las conductas antisociales y violentas, son otros síntomas de un desajuste profundo entre las necesidades reales de los niños y lo que realmente les damos", concluye con pesimismo.

Las secuelas son patentes: aislamiento, adicción a los videojuegos, hiperactividad o sedentarismo, que fomenta la obesidad infantil. Según la Asociación Española de Pediatría, entre un cinco y un 10% de los niños en edad escolar es obeso, cifra que aumenta en la adolescencia hasta entre el 10 y 20%. De estos, cuando sean adultos el 80% continuará siendo obeso. Además, la incidencia de la obesidad es cuatro veces más elevada entre los menores que observan durante cuatro horas diarias la televisión, según un estudio del Instituto de Investigación de Cuidado de la Salud Basset, de Nueva York.

Aprendiendo a vivir
Aparte del aspecto lúdico, los juegos tienen una importancia esencial en la salud física y emocional y en el desarrollo de la inteligencia. Al menos, así lo sostiene Elena Martín-Artajo, pedagoga y directora de la Escuela Infantil Waldorf de Aravaca, un centro atípico situado en un pinar (Madrid). "Los niños no juegan para entretenerse, ni para dejar tiempo libre a los adultos, sino porque es el medio mediante el cual desarrollan su creatividad, su imaginación, su perseverancia, su capacidad intelectual, sus habilidades sociales, sus aptitudes físicas..., a la vez que disfrutan", sostiene Martín-Artajo, haciéndose oír entre el bullicio de un grupo de críos que construye una cabaña.

La pedagoga distingue claramente dos etapas: hasta los siete años, aproximadamente, el niño vive en una atmósfera mágica y no distingue la realidad de la ficción. "Es la edad del juego libre y creativo, basado en la imitación y por el que desarrollan su capacidad para crear símbolos e inventar historias a partir de cualquier cosa: una caja de zapatos puede ser un camión, y un rato después una casa de enanitos. Este contenido simbólico de los juegos constituye la base misma de la inteligencia humana, y tienen una lógica interna, independientemente de que la entendamos o no. En esta fase los adultos podemos incorporarnos a sus juegos imaginativos, pero no conviene que los dirijamos", añade Martín-Artajo. Dicho de otro modo, en estos años jugar parece ser la actividad más seria que cualquier pequeño puede realizar.

"La siguiente etapa tiene lugar a partir de los siete años. Los niños van saliendo poco a poco de su atmósfera mágica y comienzan a discriminar entre la realidad y la ficción. Ya se interesan por juegos más estructurados, con reglas establecidas, que ayudan a completar su programa de desarrollo", continúa exponiendo Martín-Artajo. Son juegos más activos y competitivos, en los que el niño aprende a respetar las reglas del juego colectivo y a compatibilizar sus intereses con los del grupo, aunque al tiempo, vive la exuberancia y el placer de una actividad física intensa y gratificante.

Por eso muchos expertos apuestan por los juegos frente a la televisión. "Independientemente de sus contenidos, recurrir a ella para entretenerlos no sólo les inmoviliza en el asiento, sino que fomenta la pasividad intelectual y la ley del mínimo esfuerzo. Además, sustituye su capacidad imaginativa por la adquisición de imágenes ajenas preestablecidas", concluye la directora de la Escuela Waldorf.

Sin embargo, para muchos padres esta electrodoméstica niñera supone, en ocasiones, un gran alivio. Condicionados por largas jornadas laborales y por la inmediatez de lo urgente, muchos progenitores ven poco a sus hijos durante el curso escolar, apenas un rato al final del día. Jugar juntos parece un lujo inalcanzable, o incluso una pérdida de tiempo, según el día.

Aunque compartir este divertimento no es solamente una forma agradable, lúdica y gratificante de hacer ejercicio en familia. Es también una oportunidad para disfrutar de una relación de camaradería más allá de los roles establecidos padres-hijos, un aspecto de la relación familiar que de forma habitual suele descuidarse, pero que puede llegar a convertirse en una inestimable ayuda, por ejemplo, para capear la turbulenta etapa adolescente.

Es lo que ocurre en la urbanización Valdelagua, de Madrid, donde una convocatoria abierta reúne cada sábado a un número, siempre variable, de jugadores de todas las edades -hijos, padres e incluso alguna madre- a un partido amistoso de fútbol. "Sólo pretendemos divertirnos juntos y mantenernos en forma", afirman.

Jugar sin reglas
Quizá el escaso valor que damos a la necesidad de jugar en la infancia se deba a que hemos perdido a ese homo ludens que todos llevamos dentro. Y a este individuo es a quien pretende encontrar Victoriano Yagüe, profesor de Educación Secundaria y un apasionado de los juegos populares, pasión que le ha llevado a recopilar esta rica tradición popular en obras como Juegos para la escuela y 66 juegos populares para educar. "El juego es el mejor vehículo para el desarrollo de la creatividad y un excelente antídoto contra la educación en exceso tecnificada", afirma Yagüe.

Antes de existir la práctica del deporte reglado, los niños realizaban un intenso ejercicio físico espontáneo en la calle, simplemente disfrutando de los muchos y diferentes divertimentos que forman parte de nuestra tradición popular. Durante años, estos han sido un medio de desarrollo psicofísico y de socialización que ha proporcionado deleite a innumerables generaciones de niños.

La realidad del siglo XXI es otra bien distinta. Victoriano Yagüe lamenta la ausencia de espacios físicos apropiados para jugar -"en los parques no hay ni donde esconderse"- y la pérdida que supone la total sustitución del juego por el deporte.

Visto de este modo, las vacaciones de verano pueden ser una magnífica ocasión para buscar alternativas al entretenimiento manufacturado con que llenamos las horas de ocio de nuestros niños, y recuperar la vieja sabiduría de los juegos de siempre.

Se divierte como un adulto
Se llama Richard Sandrak, pero por los músculos que tiene, sus "fans" prefieren llamarle "Hércules". Podría resultar gracioso si no fuera porque este fenómeno californiano, capaz de levantar pesas de unos 100 kilos, tiene sólo 12 años y lleva entrenando desde que cumplió dos, cuando sus padres, un campeón mundial de artes marciales y una profesional del aeróbic, descubrieron que tenían un niño prodigio.

Su desgracia quizá sea que no puede permitirse las mismas distracciones que el resto de los niños, pues el duro entrenamiento que sigue le ocupa gran parte de cada jornada. Confiesa que lo que más le divierte es jugar videojuegos, el ordenador, sentarse a ver películas y jugar a las cartas, y la asignatura que más le gusta, el recreo. Los niños de su edad creerían morir si les prohibieran el chocolate, pero para este pequeño Conan es una palabra que no forma parte del vocabulario. Su equilibrada dieta se basa en fruta, verdura, pescado, ensaladas, huevos y, como mucho, nueces y avena.

Puede que este culturista prematuro lo ignore, pero es víctima de una de las nuevas patologías de nuestro siglo: la vigorexia. Este trastorno, también llamado "complejo de Adonis" y que aún no ha sido reconocido por la comunidad médica internacional como enfermedad, es la herencia de una sociedad competitiva basada en el culto al cuerpo.

Los que la padecen sienten tal obsesión por verse fuertes que sólo piensan en aumentar su masa muscular, para lo cual no dudan en pasar las horas que haga falta en el gimnasio o seguir dietas ricas en hidratos de carbono y proteínas.

Según José Luis de Dios, pediatra, se trata de un problema reciente del que todavía no se conocen las consecuencias. Aunque aún no se han realizado estudios, es probable que el sobreentrenamiento acabe produciendo una alteración cardiaca o problemas de absorción de calcio, entre otros desajustes.

De momento, este niño solitario que ignora lo que es jugar con otros niños pasea sus bíceps por todas las televisiones del mundo y ya se está abriendo camino en Hollywood, donde le han ofrecido una película, cómo no, de Tarzán.

Aquellos inolvidables y saludables juegos
Son cientos los juegos populares practicados en las ciudades y pueblos, con numerosas variantes dependiendo de las zonas. Algunos de ellos son los que se detallan a continuación:

1. Juegos de correr y esconderse: El escondite, Policías y ladrones y El escondite inglés.
Cualidades que desarrollan: percepción del propio cuerpo, agilidad, velocidad de reacción y resistencia. Conocimiento y percepción del espacio. Respeto por las normas, trabajo en grupo y autonomía personal.

2. Juegos de correr y atrapar: La ere, El pañuelo, Las cuatro esquinitas. Cualidades que desarrollan: percepción espacio-temporal, velocidad de reacción, resistencia, espíritu de equipo, socialización y respeto por las normas.

3. Juegos de correr y atrapar con canciones: Abuelita qué hora es, Ratón que te pilla el gato.
Cualidades que desarrollan: coordinación, fuerza, agilidad, autonomía personal y socialización.

4. Lanzar y evitar pelotas corriendo: El quemado, El balón prisionero y Las naciones.
Cualidades que desarrollan: atención, capacidad de reacción, agilidad, velocidad, espíritu de equipo y respeto por las normas.

5. Juegos de lanzamientos de objetos: La gurria (antecesor del hockey).
Cualidades que desarrolla: coordinación, cálculo espacial, puntería, estrategia y precisión.

6. Juegos con teja: La rayuela, La semana.
Cualidades que desarrolla: cálculo espacial, coordinación ojos-manos, puntería, equilibrio, estabilidad, estrategia y respeto por las normas.

7. Juegos sensoriales: La gallinita ciega.
Cualidades que desarrolla: orientación, percepción sensorial (auditiva, táctil y de movimiento) y del cuerpo y velocidad de reacción, atención, concentración y confianza en los demás.

8. Juegos de saltar: Saltar la cuerda y La goma.
Cualidades que desarrollan: Saltar la cuerda: sentido del ritmo, coordinación, resistencia y respeto por las normas al tener que esperar el turno. La goma: hace unos años tenía seis niveles de altura (tobillos, media pantorrilla, rodillas, medio muslo, cadera y cintura) lo que estimulaba la pericia, habilidad y espíritu de superación de las participantes.

9. Juegos y deportes no colectivos: patinar, montar en bici, caminatas por la montaña, subirse a los árboles, correr con aro, ping pong, futbolito... En la playa: palas, pelota, surf, windsurf...
Cualidades que desarrollan: sentido del equilibrio, agilidad, percepción espacio-temporal, capacidad de reacción, inmersión en la naturaleza...

Fuente: Elmundo.es
Publicado en Acanomas.com

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