Como siempre en la vida, las banderas que Francesco Tonucci enarbola por el mundo son producto de un temprano amor. No hace falta mucha imaginación para ver al pedagogo italiano de barba blanca, antes de poseer título ni barba, perdido en las páginas de un libro que daría curso a su vida. El libro era El Principito, y de él Tonucci aprendió lo siguiente: que los chicos saben muchas cosas, que intuyen todavía más y que se cansan de vivir dándole explicaciones a los adultos. A partir de la bella fábula de Saint-Exupéry, en la que el protagonista pone a prueba la lucidez de las personas invitándolas a descubrir a una boa digiriendo un elefante en un dibujo con fuertes reminiscencias de sombrero, Tonucci tuvo un sueño osado: diseñar un mundo a la medida de los chicos. Acaso no haya sido el primero en soñarlo – seguramente tendrá competencia de unos cuantos soñadores infantiles – pero sí fue el primero en darse cuenta de que, dotados de voz, voto y tiempo para pensar, el mundo que piden los chicos no se parece en nada a Disneylandia. Entre los reclamos no figuran ni chicle para las comidas, ni videojuegos en cada esquina, ni la clausura definitiva de las escuelas. En vez, los nuevos legisladores dictaminan que: 1. La bicicleta es más democrática que el coche. 2. Por la vereda debe poder pasar toda una familia. 3. Es mejor ir a la plaza con los abuelos que con los padres, porque están menos apurados. 4. Los chicos tienen derecho a tener padres felices.
Su trabajo con los chicos terminó de convencer a Tonucci de que una ciudad diseñada a la medida de sus menores redundaría en una ciudad más apta para todos. Y puso manos a la obra. En mayo de 1991 creó en Fano, Italia, un programa llamado Laboratorio Ciudad de los Niños, con una clara vocación política. Su objetivo: generar una nueva filosofía de gobierno de la ciudad, tomando a los niños como parámetro y garantía de las necesidades de todos los ciudadanos. Hoy el programa se aplica en unas cien ciudades de Italia, un puñado de España, y aquí mismo, entre nosotros, en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, y otras ciudades.
¿Cuántas de las propuestas de los Consejos de niños se han llevado a cabo en la Argentina?
En la ciudad de Rosario se instauró un día dedicado al juego para todos los ciudadanos. Ese día las escuelas permanecen abiertas todo el día sólo para jugar, se cierran algunas calles al tránsito vehicular, y todos los organismos municipales dan una hora libre a sus empleados para sumarse a la diversión. Pero, además, más de 500 entidades públicas y privadas se sumaron a la iniciativa.
¿Cuál fue el argumento de los niños para sumar a los adultos al programa? Muy simple: "Los adultos, si juegan, son mejores."Otra propuesta que se lleva a cabo es la de las multas morales, reprimendas impresas que dejan los niños sobre los autos mal estacionados, que les quitan lugar para jugar. ¿Escuchamos más o menos a los niños que lo que nos escucharon a nosotros?
Cuando los grandes de hoy éramos niños, el mundo de la niñez interesaba poco. Esto era una ventaja porque los niños tenían a consecuencia mucha libertad para hacer lo que querían. Hoy, que sabemos de la importancia de los primeros años de vida, ellos sufren el acoso de nuestra presencia constante y, al mismo tiempo, nuestra desvalorización.
¿De qué manera los desvalorizamos?
Pensamos que son tontos. Que, por ejemplo, si se los deja sueltos en la ciudad, se van a tirar abajo del primer coche que pasa. Esto no es así. Tampoco son tenidas en cuenta sus ideas y opiniones. Y la verdad es que, sin condiciones de estrés, sin control exagerado, y haciéndoles saber que lo que decidan va a ser tomado en serio, los chicos hacen propuestas muy interesantes.
¿En qué difieren sus propuestas de las de los adultos?
Los chicos se hacen cargo de los demás. En nuestras calles han desaparecido los niños, los viejos, los minusválidos. Desde que llegué a Buenos Aires, no he visto una sola persona en silla de ruedas. Cuando se les da a elegir a los niños, suelen pensar también en los más débiles.
Sin embargo, los chicos también saben ser crueles y excluir o atormentar a los débiles. El famoso fenómeno del 'bullying'...
Los niños tienen una moral infantil, con una elaboración de reglas particular. Tienen un superyo débil, por eso cuando son usados como soldados en las guerras, son los peores, matan sin problema. Eso es porque se está montando una experiencia adulta sobre una conciencia de niño. Pero en general, esos casos de crueldad se dan cuando los chicos son a su vez víctimas de un sistema de represión y victimización. Sólo podemos evaluar realmente la moral de un niño cuando lo ponemos en condiciones de controlar lo que hace. Esto lo expresó claramente un niño del Consejo del Niño de Fano, que dijo: "Cuando me di cuenta de que iban a tomar en serio nuestras propuestas, me sentí más responsable."
LA PIEDRA DE LA DISCORDIA
Si las ideas de Tonucci son siempre exigentes, hay una que produce una suerte de urticaria involuntaria en la mayoría de los padres: el reclamo por la autonomía de los chicos. El educador pide algo que hoy suena a ciencia ficción: que los niños vuelvan a andar solos por la calle, que se junten solos a jugar en la plaza, que caminen por su cuenta o en grupos hasta la escuela. "No sé qué hacer solo, porque nunca me quedo solo", dijo un niño de Fano. "Queremos de esta ciudad permiso para salir de casa", dijo un par de Roma. Tonucci escuchó estos reclamos, y postuló que los niños necesitan, para madurar, la exposición lenta y gradual a riesgos que sólo ofrece la autonomía. Si no la reciben, señala, llegan a la adolescencia con urgencia de ponerse a prueba de un día para otro, sin experiencia previa.
A la lista de objeciones que cualquier padre moderno puede enumerar en un histérico soplo –que los secuestros , que los atropellos, que los pedófilos que pululan en cada esquina...– Tonucci responde con calma: "No es que los chicos no pueden salir solos porque las calles no son seguras; las calles no son seguras porque los chicos no salen solos."
Esta osadía ya está en marcha en muchas ciudades de los niños, incluyendo algún municipio de la Ciudad de Buenos Aires. Con ayuda de la escuela, se hace primero un trabajo de preparación de meses, en el que se estudia con los chicos las distintas rutas posibles y se identifican los peligros. Luego los chicos salen solos de sus casas, se reúnen con sus compañeros en lugares designados y hacen el camino al colegio que mejor les parece. Se enfrentan, por supuesto, a numerosos desafíos. Y ésa es precisamente la idea.
"Cuando un chico va al colegio de la mano de un adulto, es un chico tonto, no toma ninguna decisión, responde siempre a los tiempos y a las urgencias del adulto. Es mucho más probable que sufran un accidente estando acompañados. En cambio, al estar solos prestan atención. Por un lado, porque quieren demostrar que son responsables y por otro, porque no son pequeños proyectos de suicidas."
Para reforzar la seguridad camino al colegio, comerciantes y vecinos voluntarios ponen un cartel en sus ventanas que indica a los niños que ése es un lugar seguro: pueden entrar a pedir un vaso de agua, a hablar por teléfono o a pedir la intervención de un adulto si se están peleando. "La presencia de los chicos en las calles genera una actitud activa y protectora de
los adultos", sostiene Tonucci.
¿Qué pasa con los chicos que hoy ya están en las calles, y no parecen modificar mucho la actitud de nadie?
Esos son chicos de la calle; los adultos los viven como una amenaza. Lo mismo pasa con los minusválidos que se ven hoy, que son siempre mendigos.
"En las ciudades donde se aplica el sistema, ha disminuido el delito en un 50 por ciento y prácticamente no ha habido accidentes de tránsito", insiste el educador, y acota: "Además, los chicos que van solos al colegio llegan mucho más temprano."
¡RECREEEEEEEEO!
Una de las últimas banderas de Tonucci y la que –entre otras misiones – vino a promover a la Argentina, es la importancia del recreo. "Los adultos le temen al recreo, lo ven como una explosión tonta y peligrosa de energía por parte de los chicos. Pero ésta es una lectura equivocada. Esa explosión es causada por el clima de excesivo control y sumisión que sufren los chicos en las aulas. Al estrés de la atención, de la frustración por no entender, se suma la inmovilidad absoluta y antinatural que se les exige, hora tras hora. De ahí la virulencia de esos breves respiros de libertad que son los recreos. El patio se considera un corral para que los chicos corran como locos y descarguen energía, pero ése no es el juego natural de los niños."
El pedagogo redactó un proyecto para devolver el recreo a los niños (ver Reinventar). A los adultos sólo se les pide que respeten ese tiempo, sin suprimirlo como castigo ni usarlo como chantaje para lograr buena conducta. Y jamás robarle tiempo a ese oasis de juego para privilegiar "lo importante".
En esta cruzada bien podría ayudar el amigo de rulos ensortijados y capa, que tanto hizo por formar las ideas de Tonucci. El mismo que al encontrarse con un inventor de píldoras para la sed, que permitirían a las personas ahorrar un total de cincuenta y tres minutos por semana, pensó para sí: "Yo, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente." Cosas de chicos.
Texto Fabiana Fondevila. Fotos Rubén Digilio - CLARÍN - Domingo 04 Mar 2007 - Sociedad
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