Los niños sanos quieren jugar a todas horas y aprenden muchísimo del juego. Sin embargo, en los años setenta y ochenta, prestigiosos educadores se convencieron de que el juego era una pérdida de tiempo.
Ya en los últimos años hemos visto soplar sobre las estructuras caducas un viento fresco que trae nuevas e inesperadas libertades al mundo.
En los EE.UU. se siente en cada rincón el clamor de "más libertad" para la educación. Incluso en el silencioso mundo de la educación preescolar se siente el aire de cambio.
Los niños sanos quieren jugar a todas horas y aprenden muchísimo del juego. Sin embargo, en los años setenta y ochenta, prestigiosos educadores se convencieron de que el juego era una pérdida de tiempo. " Los niños deberán aprender a leer y hacerlo lo más pronto posible"... "No habrá tiempo para jugar"...
La consecuencia de la situación nos llegó una noche después de haber impartido una conferencia sobre el juego. Se me acercaron dos maestras de preescolar de escuelas estatales y me dijeron: "Estamos de acuerdo contigo sobre la importancia del juego". Además, me explicaron que en su zona, cada minuto del programa de preescolar, de cuatro a seis años y medio, estaba legislado: deberán leer durante veinte minutos, escribir veinte minutos, veinte minutos para matemáticas, etc. No había tiempo en el horario para jugar. "¿Sabes? -me dijo una de la maestras, asegurándose de que nadie la estaba escuchando-, yo infrinjo la ley todos los días, dejando jugar a mis niños durante quince minutos". Ya alucinaba. ¿Qué país es este que hace leyes contra el juego infantil?
El juego domina la vida de mis pequeños. Un niño sano quiere jugar desde la mañana hasta la noche. Su juego emana desde lo más profundo de su ser y le permite mantener de forma fluida su fuerza vital, que es tan necesaria para el crecimiento exuberante que está desarrollando. Si un niño pierde el interés por jugar es casi siempre una señal indicativa de que está enfermo.
No permitir jugar a los niños es como ponerlos en un estado enfermizo. Justamente esto es lo que ha estado sucediendo en las dos últimas décadas a los preescolares estatales de Estados Unidos y Canadá. Cuando visité programas de "Head Start" (para niños marginados) y hogares de infancia durante estos años, me harté de ver salas llenas de materiales didácticos y ordenadores, pero ni un solo juguete. En un intento frenético por preparar a los niños para leer lo más pronto posible, se había exterminado el espíritu propio de la infancia.
Hoy en día, muchos educadores se han dado cuenta de que este método ha sido un desastre para los niños. El trabajo académico concentrado en los primeros años produce niños que a los nueve o diez años ya están hartos de la escuela. No quieren saber nada de los libros, ni de sus maestros, y no muestran ningún tipo de interés en aprender. Como estudiantes de primaria, muchos ni siquiera son capaces de pensar. Pueden responder preguntas de verdadero o falso, o responder preguntas de opción múltiple, pero no pueden formular respuestas a preguntas descriptivas. Como se dijo en una primera plana del diario "USA Today" (13-9-89): "Embutir de conocimientos a los niños de Parvulario traerá como consecuencia que los niños acaben hartos de la escuela cuando lleguen a primaria."
En una época en la que precisamente lo que se necesita es saber pensar de una manera más creativa para poder encontrar soluciones a problemas complejos, se deja de lado esta habilidad de pensar, cuestión que se convierte así en motivo de gran preocupación. La doctora Jane Healy, en su libro Endangered minds (Mentes en peligro) ha estudiado investigaciones actuales sobre el cerebro y su desarrollo en el niño. Ella sostiene que un trabajo académico prematuro y ver la televisión son los dos factores principales que contribuyen al deterioro del pensamiento en los estudiantes norteamericanos.
En los años noventa, el juego se está redescubriendo de nuevo, al menos un poquito. Algunos educadores están trabajando sobre nuevos métodos en la educación preescolar y algunos de estos métodos han devuelto el juego al Parvulario. A pesar de ello, la mayoría de los educadores siguen convencidos de que han de aleccionar a los niños, si es que tienen que aprender algo. Todavía no se han dado cuenta de que el aprendizaje consciente en los años preescolares interfiere con el estado de ensueño que se necesita para jugar. El nuevo método que se está desarrollando en la educación preescolar es enseñar jugando y no a través de fichas y de libros didácticos como se hacía antes. Sin embargo, todavía hay que hacer énfasis en la enseñanza, porque la mayoría de los educadores modernos aún no han observado que los niños aprenden con el juego creativo que ellos mismos llevan a cabo.
Es sorprendente la poca investigación que se ha hecho en los EE.UU. comparando a niños que aprenden a través de métodos académicos con los que aprenden a través del juego. Un estudio hecho en Alemania comparó a 1000 niños que habían jugado en el Parvulario con el mismo número de niños que habían trabajado materias académicas. En cuarto de Primaria, los que habían jugado estaban significativamente más desarrollados que los que habían estudiado académicamente. Los aventajaban en desarrollo físico, socio-emocional e intelectual. El resultado fue tan contundente, que los alemanes que habían defendido la tesis de preescolares académicos volvieron a las que enfatizaban la importancia del juego. (Der Spiegel, nº 20, 1977, pp. 89-90).
Investigaciones actuales que favorecen el juego llegan de Sara Smilansky, una profesora israelita que trabaja en EE.UU . y en Israel. Smilansky ha demostrado que "los niños que juegan bien en situaciones sociales creativas, muestran avances significativos en muchas áreas cognoscitivas y socio-emotivas, incluyendo el desarrollo del lenguaje, la competencia intelectual, curiosidad, creatividad e imaginación. Los niños que han jugado suficientemente pueden mantener mejor la atención y tienen mayor habilidad para concentrarse; son menos agresivos y se portan mejor con sus compañeros; muestran mayor empataba, pueden ver con más facilidad el punto de vista de los otros y tienen más habilidad para saber con antelación las preferencias y los deseos de los demás. En general, los que juegan están desarrollados emocional y socialmente."
Esta lista impresionante de atributos confirma el punto de vista de la educación Waldorf, donde el juego en los años preescolares es una semilla esencial que dará su fruto toda la vida. Debemos proteger y promover el juego en los niños tanto como podamos, para que lleguen a tener pensamientos creativos y vitalizados. No podemos, como adultos, ponernos como modelo en el juego, ya que hemos perdido la habilidad que tiene el niño para jugar. Los más pequeños tienen dos únicas capacidades esenciales para el juego correcto: una es la habilidad de aprender el mundo por imitación y otra es la capacidad de usar la imaginación o la fantasía para hacer suyo el mundo.
Fuera de los círculos Waldorf, casi nunca se oye decir que el niño aprenda por imitación. Una amiga mía una vez me dijo que había criado a sus primeros tres hijos sin haber oído nunca hablar de la imitación como manera de aprender. Incluso siendo maestra de Educación Preescolar y habiendo enseñado a niños pequeños, jamás había observado que los niños imitasen. Ella siempre había pensado que un niño sólo puede aprender algo si alguien le "enseña". Cuando nació su cuarto hijo, ya se había encontrado con la educación Waldorf y la idea de la imitación. Era como si una venda le hubiera caído de los ojos. Se sorprendió de todo lo que su hijo aprendía a través de la imitación. Descubrió que no había que "enseñarle" nada a su hijo. Sólo había que ser una madre activa y cariñosa, y dejar que la imitación del ejemplo hiciera el resto.
El niño pequeño es como una esponja y absorbe casi todo lo que está en su medio ambiente. Y lo más interesante para él son los adultos. Lo que más desea el niño es llegar a ser completamente humano. Se fija en sus padres, maestros y otros adultos para ver cómo aprende a vivir en esta tierra y desarrollar su vida. El niño quiere imitar todo lo que ve en los adultos y hacerlo. Pero el poder de la imitación aún llega más lejos. El niño puede penetrar bajo nuestra piel e imitar nuestros estados de ánimo y nuestros pensamientos sobre la vida. Así pues, tenemos una responsabilidad inmensa. Debemos tratar de ser dignos de ser imitados por el niño. Por suerte, los niños no esperan que seamos perfectos. Pero sí desean que seamos personas que estemos en un proceso de crecimiento interno para poder imitar también nuestro propio esfuerzo.
En el Parvulario, la imitación trabaja a muchos niveles. Cuando la maestra realiza una actividad como hornear, cocinar, pintar, coser, o cualquier otra, los niños la rodean y le dicen: "¿Qué estás haciendo? ¿Puedo hacerlo yo también?". La maestra siempre está a punto para que los niños la ayuden: suele haber una mesa llena de niños a su alrededor cosiendo o cocinando. Una imitación más sutil es cuando algunos niños imitan lo que la maestra hace o lo recrean en sus propias situaciones de juego. En la casita, los niños pueden jugar a que están cocinando o cosiendo como lo hace la maestra.
Cuando los niños absorben el ambiente de concentración y el amor que tiene el adulto por la tarea, una imitación todavía más sutil, pero quizás más importante, tiene lugar. Si alguien está de mal humor o tenso en su tarea, los niños no se acercan a ayudar. Y aún más, absorben nuestra tensión y nuestra aversión por la tarea, y una tensión reinará en la sala de juegos. Si en un momento como este la maestra puede relajarse, la clase respirará profundamente y entonces el juego se relajará.
Los niños juegan mejor si los adultos de su alrededor trabajan con la concentración y la atención que un buen artesano aplican a su trabajo. El amor por el material, la destreza en los movimientos, el sentido de determinación y la belleza inherente a la tarea se comunican al niño. Estas cualidades son transportadas a su propia actividad y se ve una nueva profundidad en su juego.
El juego más "avanzado" que he visto en un Jardín de Infancia Waldof, fue en Reutlingen, Alemania, donde trabajaba Freya Jaffke. Esta maestra dotada llevaba sus proyectos de trabajo, no para un día o dos, sino para semanas y meses. Trabajaba en un proyecto de costura que tardaba un mes o más en acabar. O hacía juguetes tallados en madera para el Jardín que le ocupaban semanas y meses. Mientras trabajaba, estaba siempre atenta a los niños y a sus necesidades. Día tras día, se escuchaba el rumor quieto y constante durante los noventa minutos en los que la maestra trabajaba y los niños jugaban. Y la calidad del juego de los niños era sorprendente.
Actualmente, en nuestras casas y en los Parvularios, los niños ven muy poco trabajo hecho con esta concentración. Los adultos corren de una actividad a la otra, y un sentimiento de apresuramiento penetra en la vida. Cuando los niños imitan a los adultos apresurados, les entra un nerviosismo y su juego sufre considerablemente. Si no se corrige este nerviosismo, puede aparecer más adelante como una superficialidad en el pensamiento del joven. La habilidad de un niño para imitar pasa por una metamorfosis y aparece más adelante en su vida como la habilidad de tener criterio propio.
Cuando el niño se acerca a la edad escolar (6-7 años), pierde la confianza en que podrá, con la imitación, afrontar todo lo que nosotros hacemos. Entonces, el niño empieza a vernos como a maestros que le podemos enseñar a hacer las cosas. En este momento, el niño está a punto para aprender y busca una "autoridad bien apreciada". Ese es su estado de ánimo cuando se acerca a la maestra de clase. El mismo estado de ánimo afecta a la relación del niño con sus padres y con los demás adultos.
Durante la adolescencia, el aprendizaje cambia una vez más, presentándose como una capacidad para el juicio independiente, el criterio propio. El pensamiento de un adolescente comienza a tomar forma y se individualiza. Esto es especialmente cierto si el desarrollo del niño no ha sido deteriorado durante las etapas de imitación y autoridad.
El juego del niño hace uso también de la fantasía que da vida a todas las cosas. Un cesto se puede convertir en una cuna para una muñeca, o en un barco, o en un plato de comida o en cualquier otra cosa que haga falta para el juego. La fantasía aparece normalmente entre los dos y los tres años. Antes, a los niños les encantan los objetos prácticos de la casa: sartenes, ollas, cucharas de madera, cubos de la basura y todas las maravillas que se encuentran en los cajones. Y se toma las cosas al pie de la letra. Si le das a un niño de dos años un plato hondo lleno de arena y le dices que es un pastel, ¡cuidado! Es muy probable que se lo quiera comer. Los niños de tres años están generalmente en un estado de transición. La fantasía acaba de empezar y todavía no están del todo seguros de las fronteras entre lo real y lo fantástico. He tenido niños de tres años que ven mi oferta de tierra con perplejidad y dicen: "¿Es de broma, verdad?" El niño de cuatro años, al contrario, ya sabe qué tiene que hacer y pone ramitas a la tierra como velas, lo decora con hojas y flores, y ya tiene un pastel de cumpleaños fingido.
Los adultos modernos tienen la tendencia a menospreciar la importancia de la fantasía. La fantasía parece ser contraria a los valores socialmente aceptados como el ser racional, lógico y científico en el pensamiento. El razonamiento y la lógica forman parte importante del pensamiento en el ser humano, pero tan sólo una parte. La mente humana es capaz de muchas formas de pensar, incluyendo el pensamiento creativo, imaginativo. Ashley Montagu, antropólogo norteamericano bastante conocido, dice en su libro Growing Young (Creciendo joven) que el juego de fantasía del niño se encuentra en relación directa con el pensamiento del hombre de ciencia en el laboratorio. Tanto el niño como el científico prueban ideas nuevas con el espíritu de "¿qué pasará si lo hago de esta manera?" El juego del niño es la base para el pensamiento creativo del adulto, dice Montagu. Y añade que el científico quiere que se piense de él que es una persona con imaginación, y no un simple "rastreador de conocimientos".
La fantasía comienza alrededor del momento en que el niño formula sus primeros pensamientos. La mente del niño de tres años se despierta y se abre de preguntas: "¿por qué es azul el cielo?, ¿por qué es amarillo el sol?". Los adultos enseguida pensamos: "Ahora el niño ya tiene tres años y es el momento de empezar a enseñarle las cosas". Pero, cuanto más le enseñamos, más destruimos la fuerza incipiente de la fantasía en el niño. Y sin ella, el pensamiento se vuelve seco y sin vida. Si permitimos que la fantasía fructifique en el pensamiento, entonces una forma de pensar imaginativo y creativo comienza a florecer y a crecer.
La fantasía juguetona de la infancia aparentemente desaparece alrededor de los seis o siete años. En realidad, pasa por una metamorfosis y reaparece como la imaginación creativa interna de la edad del niño de Primaria. El niño puede ahora ver cuadros e imágenes en el interior de su mente. Estos son tan vivos en él como lo han sido las situaciones de juego años antes. La imaginación crece y se desarrolla durante los años de primaria. Pero durante la pubertad aparentemente desaparece. En realidad, pasa por otra metamorfosis y surge como el pensamiento creativo del adolescente y del adulto. El adulto imaginativo será capaz de jugar con ideas y con la misma facilidad con la que antes participaba en el juego fantasioso.
Hay muchas maneras de nutrir la vida de fantasía saludable en un niño pequeño. Hay que ofrecerles materiales naturales sencillos. Un niño con trozos de ramas, piedras, conchas y algunos retales de ropa de algodón, puede crear cualquier cosa del mundo. Jamás se cansará de estos materiales, ya que su fantasía continuamente ve nuevas posibilidades en ellos. El juego creativo con estos objetos naturales fortalece mucho la fantasía del niño. Recíprocamente, cuanto más definido es el juguete, menos ocupará y nutrirá su fantasía.
Podemos darle más posibilidades al futuro adulto posibilitando el juego creativo y evitando aquello que no se lo permite. Mucho amor cálido y un entorno protector, variedad de materiales sencillos para jugar y la posibilidad de ver a adultos haciendo trabajo físico con sentido. Manteniendo al mínimo las exposiciones a los medios de comunicación, como la televisión, el cine, videos, etc., para que la fantasía del niño no sea acometida por las imágenes de otra persona y para que la voluntad del niño no sea adormecida al pasar las horas mirando pasivamente. Finalmente, deberíamos mordernos la lengua cada vez que queramos explicarle cualquier cosa a un niño pequeño. Hemos de permitirle el placer de encontrar sus propias respuestas a través del juego.
Autor: | Joan Almon | |||
Area: | Infancia y Escuela |
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