JUGAR POR JUGAR

“Los chicos no tienen tiempo para jugar”, advierten padres, maestros y expertos en recreación. 
Pero, ¿por qué es tan importante que los chicos jueguen? ¿Qué zonas de su desarrollo se dirimen en el juego? Investigadores y profesionales responden estas preguntas y proponen recuperar el placer del juego.


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por Gabriela Baby
De marzo a diciembre, la grilla completa de actividades infantiles suma horas de escuela, actividades recreativas y compromisos familiares, instalando un engranaje perfecto que encastra días y días cubiertos de obligaciones. En este panorama, muchos chicos tienen poco tiempo para jugar.

El tema preocupa a los profesionales. “Se juega poco y a pocas cosas. Se juega superficialmente, a lo que está a mano. Los chicos y los grandes no tienen tiempo para jugar”, dispara Elsa Aubert, Lic. en Didáctica, especialista en juego y miembro de la Comisión Directiva de la Asociación Internacional por el Derecho del Niño a Jugar (IPA, según su sigla en ingles), una ONG que es organismo de consulta de Unicef. “Si existen organizaciones internacionales dedicadas a defender el juego como uno de los derechos primordiales de la niñez, quiere decir que el juego falta. Y jugar es un derecho y una necesidad tan básica como comer, recibir educación o tener una casa”, declara Aubert.

El verano trae largas tardes de no hacer nada. Puro tiempo sin obligaciones, horarios ni compromisos. Entonces, antes de que la máquina organizadora de actividades empiece a funcionar y la colonia full time, los paseos programados o los planes inamovibles lo abarquen todo, vale la pena detenerse y abrir el juego. Para jugar y jugar, aunque no sepamos por dónde empezar.

La importancia del juego
Desde el terreno de la filosofía, Graciela Scheines, autora de varios libros en la materia, reflexiona: “Jugamos para evadirnos de las cárceles cotidianas: del momento histórico que nos toca vivir, el país, la ciudad, la familia, el trabajo, nuestras máscaras”.

Scheines agrupa los juegos en tres categorías: “Rayuela, rompecabezas y palabras cruzadas. Elegí estos tres porque, al ser muy simples y antiguos, funcionan como paradigmas, se vuelven simbólicos. La rayuela (…) es el clásico juego de itinerario con una casilla de salida, otra de llegada y estaciones intermedias. Casi todos los juegos de tablero (…) y los videogames son juegos de itinerario. Cada jugador está representado en el tablero o en la pantalla -que simboliza otro mundo, otra vida- por una o varias fichas, una piedrita, un dibujo o un ejército que debe avanzar por diferentes casillas hasta alcanzar la meta. Y el rompecabezas es un montón de fragmentos (trozos insignificantes) que adquieren sentido en el dibujo terminado. Hay muchas variantes, desde los más simples hasta el cubo de Rubrik. A cada uno de estos juegos le corresponde un par de opuestos. Rayuela: deriva-rumbo. Rompecabezas: caos-orden. Palabras cruzadas: vacío-lleno. (…) Deriva, caos y vacío son las situaciones de arranque, los estímulos que provocan las ganas y la necesidad de jugar. Sólo jugando recuperamos la tranquilidad: encontramos el rumbo, instauramos el orden y anulamos el vacío”.

Jugar, entonces, es empezar a entender y organizar el caos, la deriva y el vacío que implica el mundo, el propio cuerpo, el lenguaje, la habitación donde está la cuna, las relaciones con los otros. “A través del juego los chicos hacen diversas experiencias: experimentan con objetos, con ideas, con lenguajes, con texturas. En el juego, el error no tiene riesgo. Jugando aprenden de lo que los rodea y de su propio cuerpo: aprenden hasta dónde resiste un material o cuándo duele una caída. Jugando con elementos y con ideas arman tecnología y lenguaje”, define Patricia Mollá, ludoeducadora y coordinadora de Chicos que no juegan, una propuesta ludo-terapéutica para grupos familiares. Su socia, Mónica Chausovsky, dice: “Jugar es la forma natural que tienen los chicos de relacionarse con lo que los rodea. Cuando los chicos juegan aprenden sin saber que están aprendiendo”.

Entonces, ¿a qué jugamos?
“Escondida, mancha, rayuela, damas: los juegos de hoy son los juegos de siempre”, propone Pablo Medina, director de La Nube, un espacio cultural para la infancia que en 2010 cumple 35 años de existencia.

La Nube abre sus puertas todas las tardes del verano para probar juguetes de todo el mundo y de todas las épocas: “Todos los juegos requieren habilidad, paciencia o estrategia. Y al jugar se desarrollan estas aptitudes. Pero a menudo nos encontramos con chicos que no tienen paciencia para enroscar el piolín del trompo, por ejemplo, o no tienen la motricidad fina requerida para el manejo del yo-yo. Y esto tiene que ver con el uso excesivo de la computadora. La computadora tiene su utilidad, es un gran ordenador y un instrumento de investigación, pero no se puede estar todo el tiempo frente a la pantalla, porque hay muchas cosas que la pantalla no ofrece”, señala Medina.

Para Elsa Aubert no importa a qué ni con qué: “Jugar a todo”, dice. “Podemos jugar a mirarnos: el primero que pestañea pierde. O si vamos por la calle, jugamos a pisar una rayita sí, otra no. Podemos organizar una búsqueda del tesoro cuando un chico llega de la escuela: en vez de darle algo que le compramos, escondérselo y que lo busque. Se trata de estar disponible y atento: cuando hay chicos, el juego aparece siempre porque es su modo natural de vincularse con el mundo”.

A partir de su experiencia directa en hogares, Patricia Mollá señala: “Es importante que los chicos jueguen con texturas, formas y materiales diversos. No son recomendables los juguetes hechos todos del mismo plástico, todos de los mismos colores. A veces llegan a nuestros talleres chicos que vivieron cinco o seis años encerrados en un tubito: la televisión. Y no han podido transitar con su propio cuerpo diferentes sensaciones: lo rugoso, lo frío, lo suave, por ejemplo. Esos chicos son analfabetos de las sensaciones y viven muy angustiados experiencias de contacto”, dice Mollá. “Los chicos de hoy también necesitan barro, hormigas, agua, telas, masa, harina y materiales sencillos para jugar. Esas experiencias enriquecen. Está muy bien que jueguen con la PC, pero la computadora o la Playstation deberían ser un juego más entre otros. Si sólo juegan frente a una pantalla, su experiencia del mundo quedará empobrecida”, señala la ludoterapeuta.

Un ratito más
María Celeste Meana es directora de un espacio de recreación slow que se llama d-spacito. Bajo la filosofía slow –impulsada por el filósofo Carl Honoré y cuya propuesta es vivir bajo el ritmo del tiempo personal más que someterse a la tiranía del reloj- d-spacito dispone un espacio de juegos y talleres creativos para chicos y adultos. Y aparecen otros juegos y juguetes: “En la ludoteca hay juegos de encastre, pronos, rompecabezas, masa para modelar, la casita de las muñecas, la pista de autos, juegos de mesa. Los chicos deciden a qué jugar y con quién jugar: con adultos, con otros chicos, con su amigo imaginario o solos. Y en casa, no hace falta tener una habitación repleta de juguetes caros y difíciles de manejar. Existen elementos de uso diario que sirven perfectamente para que ellos armen sus historias”.

En el ajetreo de la vida diaria, se trata de dar lugar –físico y temporal- para que el juego creativo ocurra. Algo que no resulta nada fácil. Mónica Chausovsky señala: “Hemos notado que en muchas casas no se habilita un espacio para que el chico se sienta cómodo. Siempre se está cuidando que no se ensucie, que no se rompa algo, que no se estropee la ropa: ¡así no se puede jugar! Para muchas madres, la habitación de los chicos debe ser la de la foto de la revista de decoración. Y el chico, un objeto precioso que no debe despeinarse y mucho menos mancharse. Y esto es absolutamente nocivo para el niño porque coarta el espacio para desplegar un mundo. Limita y censura”.

Respecto del tiempo, Aubert señala: “Otra cosa importante es cuando decimos ‘vamos’. Quizá el chico está en una escena de juego muy importante que sólo requiere de unos minutos para terminar. Hay que valorizar ese juego y darle el tiempo suficiente para que se desarrolle. Y que no importe si juega a lo mismo todos los días: si un chico quiere jugar el mismo juego, quiere decir que ahí encuentra temas a resolver, está elaborando algo”.

Entonces, la cacerola es una galera de mago, el pañuelo anudado una paloma y con tres golpes de varita -un lápiz o una aguja de tejer-, la magia del juego toma forma. Nada por aquí, nada por allá y sin embargo: “Jugar es meterse dentro de una esfera transparente mágica. Una esfera porque te contiene, transparente porque no se ve a la mirada del otro y mágica porque las reglas las hacés vos. Esto dice Marta Glanzer, una de las fundadoras de IPA Argentina”, cita Elsa Aubert. Que ocurra la magia, aunque no siempre resulte sencillo.

El juego de la vida
Las reglas y las trampas, lo justo, el azar, el deseo de ganar y la frustración de perder: todo esto se ejercita en un juego de a dos, de a tres o de muchos amigos. “Jugar con otros enriquece desde otro lugar, porque hay diferentes ideas y propuestas. Cuando son chiquitos les cuesta jugar con otro: quieren ganar siempre, quieren ser los líderes del juego. Y a medida que pasa el tiempo, aprenden a jugar también con la palabra: aprenden a negociar, a acordar, a fijar reglas. Y esto es muy importante”, señala la coordinadora de IPA. Experiencias de liderazgo, de defensa ante una injusticia, de reclamo, de triunfo, de pérdida: experiencias que dan los juegos como un pequeño banco de pruebas de la vida.

El juego es un momento de disfrute pleno para grandes y chicos. Dice Elsa Aubert: “Para los adultos, jugar tiene que ver con un ejercicio sensorial de la memoria. Cuando aceptamos la invitación a jugar, los adultos buceamos en nuestra memoria lúdica y recuperamos para el presente los juegos que jugábamos antes. Actualizamos las ganas de jugar y nutrimos de nuevos juegos a nuestros hijos”.

Las figus, los autitos, los camiones, rompecabezas y rastis. Las muñecas, las tacitas de té, el elástico y las bolsitas de arroz para la payana. Moldes y palitas para la plaza. “Cuando empezás a jugar más, más tiempo y más seguido, te acordás de cuando eras chico y de tu amigo con el que jugaban a algo especial y cómo era ese juego. Y aparece el goce del juego”, dice Elsa. “Los adultos trabajan y viven del mismo modo que jugaron de niños: son creativos si fueron creativos, saben perder y saben ganar, ser líderes o armar equipos. Si alguien no jugó, se vuelve rígido, poco flexible, estructurado, espera órdenes siempre y no sabe decidir. Se vuelve alguien con ciertas dificultades para trabajar y para socializar”, señala la especialista.

El verano invita al juego libre. Y la invitación tienta, porque juegos y juguetes hay por todos lados: en libros, en la memoria, en las ludotecas, entre las cosas de la casa. De lo que se trata es de “escuchar al chico, escucharse a uno mismo y también escuchar el ambiente, porque los espacios también hablan: son sujetos vivos. Si todo está estático, congelado en la habitación, nada va a interesar al chico. La pregunta es: ¿dejamos que algo cambie, que algo nos pase? ¿O siempre estamos frenando todo, porque nos parece que todo tiene que estar en orden, que todo tiene que estar en su tiempo? Si es así, nunca le va a pasar nada ni a ese chico ni a ese adulto”, advierte Aubert.

Una buena ocasión, entonces, el tiempo sin grilla horaria, este permiso de verano: permiso para jugar. A aflojar entonces la corbata, la agenda, la marcha y dejarse llevar. Abrir la puerta para ir a jugar. Y que nunca se vuelva a cerrar.

Libros para seguir jugando
Scheines, Graciela, Juegos inocentes, juegos terribles, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
¿Por qué jugamos? Esta es la pregunta que intenta responder la doctora en filosofía Graciela Scheines. Para ello, desarrolla un sistema teórico de corte antropológico-filosófico para comprender el juego, los terrores que conjura, las libertades que pone en práctica.

Petrignani, Sandra, Catálogo de Juguetes, La Compañía de los Libros, Buenos Aires, 2009.
Un viaje al mundo de la infancia a través de 65 juguetes y juegos. En este libro, Petrignani rememora los juegos de su infancia -la hamaca, las bolitas, los patines, los palillos chinos-,
los rituales que los acompañaban y las sensaciones y emociones de la niña que jugaba. Un catálogo a la vez melancólico, poético y vital.

Onna, Andrés, El curioso libro para no aburrirse jamás. Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009.
Un “manual de instrucciones” con 100 actividades que rescatan juegos de otras épocas y enseñan a hacer trucos de magia, juegos con lápiz y papel o cómo armar casas en los árboles, escondites secretos y bumerangs que vuelven. Lejos de las computadoras, este libro propone volver a los clásicos de la diversión infantil.


En la escuela también

Si jugar es el modo natural de aprender y conocer el mundo, ¿por qué se juega tan poco en la escuela?

Pablo Medina, maestro y director de La Nube señala: “La escuela se ha vuelto un dispositivo autoritario y rígido que expulsa el juego. Los maestros deberían jugar todo el tiempo: agua, tiza, pizarrón y barro: estos son los elementos del maestro ¿Cuánto de física se aprende con el balero, con el yoyo, con las bolitas? En esos juegos se pone en práctica la motricidad, el cálculo de fuerzas, la cabeza en sintonía con el cuerpo. Se aprende mucho”, sostiene Medina.

Para Elsa Aubert, el régimen escolar rechaza el juego: “En la escuela, en poco tiempo hay que poner un contenido, esperar un resultado y evaluar. En esta estructura de funcionamiento, la escuela es bastante antijuego.” Para la especialista, la ausencia del juego en el terreno escolar nace en el temor de los adultos: “Ocurre que a los maestros, en general, les cuesta mucho jugar porque tienen miedo de poner el cuerpo, de comprometerse en el juego. Algunos maestros tienen miedo a perder el respeto de los chicos si se entregan al juego, pero es al revés: los chicos respetan mucho a las personas que se ponen en sintonía para jugar, que se entregan a un juego”, dispara la Lic. Aubert.

Y muchas escuelas, maestros y padres se animan. No sólo a jugar en el aula juegos matemáticos o juegos de palabras, sino que además organizan talleres de juego para trabajar determinados contenidos, para abordar el proyecto educativo de la escuela o determinados vínculos. Y se ponen en escena otras posibilidades: “La comunidad de papás está esperando que sus hijos salgan al mundo preparados para poder ser creativos, flexibles, amplios: estrategias que tienen que ver más con lo personal que con lo que se puede aprender como contenido. El mundo pide otro aspecto de las personas. No alcanza con los saberes académicos. Para tener ese saber personal, imprescindible, se necesita un desarrollo del ser humano que vaya acompañando en esa integración que se da a través del juego. Y la escuela puede indagar en estos aspectos de cada chico”, sostiene Aubert. Sólo se trata de animarse.





                                                                Publicado en la Revista Planetario 01-01-2010 | Madres y Padres

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