JUGAR ES SINÓNIMO DE SALUD

Desafortunadamente, cuando se consulta a los padres si juegan con sus hijos, un alto porcentaje de las respuestas es que no lo hacen muy a menudo... 

Más allá (o más acá) de la problemática por la que puedan estar siendo consultandos, siempre es un dato relevante a tener en cuenta acerca del ambiente afectivo de ese niño. ¿Por qué? Porque si hay algo propio de la infancia es el jugar, como práctica fundante de la constitución subjetiva. Jugar no es sólo con juguetes, sino también con los objetos de la vida cotidiana: la cartera de la mamá, la comida, el tenedor, los controles remotos, etc.
¿Por qué los niños juegan? 
Porque es lo más propio, lo más espontáneo de la niñez. Si un niño juega, hay allí una subjetividad en desarrollo. Si un pequeño no puede jugar, entonces debemos preguntarnos qué le sucede.
Tal es así, que hoy creemos que la capacidad lúdica no es algo restrictivo de la infancia, ni puede ser reducido a esa etapa de la vida que corresponde a los primeros años. Es un atributo que nos acompaña a lo largo de toda la existencia, si bien va modificando sus modos de manifestación. Los adultos no jugamos de la misma manera que los niños, ni que un adolescente, de hecho jugamos con distintos “materiales”. 
El Dr. Ricardo Rodulfo, psicoanalista de niños contemporáneo, sostiene que no hay aprendizaje que no pase vertebralmente por el jugar. Todo lo que se aprenda de manera lúdica será una verdadera apropiación para el niño y para cualquier persona adulta. Si la posibilidad de jugar se ve entorpecida, entonces es posible que advengan dificultades. 
Los chicos juegan porque de esa manera descubren y construyen la realidad que los rodea. Según D. Winnicott, pediatra y psicoanalista inglés, jugar es hacer y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es salud, facilita el crecimiento y el aprendizaje. Conduce a las relaciones grupales, favorece el vínculo con otros y la
comunicación. Si queremos que un niño aprenda algo, no debemos hacer otra cosa que permitirle jugar en el proceso de enseñanza-aprendizaje. De lo contrario, no se tratará de un verdadero aprendizaje si no de un adoctrinamiento. 
Muchas veces las largas jornadas de trabajo, los problemas pendientes, nos absorben a los adultos en preocupaciones que nos impiden darnos cuenta que lo que nuestros hijos nos demandan en muchas ocasiones, es tiempo de calidad con ellos: un momento de juego, de verdadera conexión, sin teléfonos, mails, tablets, computadoras ni mensajes de por medio, un verdadero encuentro lúdico de placer. Es cierto que muchos padres no tienen la posibilidad de pasar más tiempo con sus hijos porque sus trabajos les demandan estar fuera de casa durante muchas horas, pero peor aún es que ese padre o madre al regresar al hogar, no pueda conectarse con su familia porque tiene que terminar asuntos pendientes. Porque ese es un estar sin estar, una presencia ausentada. Los niños nos demandan otra clase de presencia, que no tiene que ser necesariamente constante ni continua, siempre y cuando podamos ofrecerles un tiempo (a veces podrá ser más corto, otras más prolongado) de verdadera conexión, que dispongan de nuestra completa atención y deseo de compartir ese momento con ellos. 

Cuando la relación entre una madre y un padre con su hijo no discurre con fluidez, debemos preguntarnos qué está ocurriendo, cuál es la causa. Una vez detectada la causa que alteró la armonía en el lazo, se puede intentar reparar de acuerdo a las circunstancias y retomar el vínculo desde allí.
Por Ivana Raschkovan -Psicóloga Infantil

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